El gran regalo, veinte años después

Mi día del niño más emocionante fue hace dos años.

Tuve una infancia súper feliz, me crié en la calle y en el club jugando a la rayuela, al elástico, a la escondida o simplemente a hacer piruetas sobre el asfalto (medialunas, mortales… ¿dónde quedó todo eso?) pero fue muy acotada en cuanto a lo material. En casa no éramos pobres, tampoco ricos, a la distancia nos ubicaría entre esa clase media baja que daba vueltas a fines de los 80 sin saber qué hacer, si meterse en un crédito para comprar una casa más grande, si cambiar el auto, o si quedarse en el molde a ver qué pasaba con la inflación, para todo mil vueltas. Soy la mayor de cuatro hermanos, mi papá trabajó toda la vida en un Banco y mi mamá se ocupó del hogar y de vender ropa de forma particular (sin local, bolso colgado al hombro y ya).

Toda esta introducción me sirve para contarles que la economía del hogar era reducida y nunca me pudieron dar todo lo que quise, como quizás ahora si pueden hacerlo con mi hermanito más chico. Calculo que gracias a eso no soy una persona caprichosa (no se podía y aunque llore, no me lo iban a comprar); tampoco soy materialista (nunca viví en la abundancia, me da igual si tengo o no tengo) pero si soy compradora compulsiva, me pego mis lindas desquitaditas por los viejos tiempos.

Cada tanto mis abuelos me compraban esos juguetes que me desvelaban, trataban de tapar baches. Aún recuerdo que de sus manos recibí el primer bebote, la primera bicicleta (una Olmo roja divina) y miles de cosas más. Pero hay otras que nunca tuve y que marcaron a fuego mi vida, aunque hoy lo escriba y me ría de tamaña estupidez. Mis primos, a mis ojos infantiles multimillonarios, tenían tres juegos que me cortaban el aliento: el Juego de la vida; el Operación y el ¿Quién es quién?, los tres amores de mi vida y no exagero. Recuerdo que en esos tiempos me quedaba a dormir en su casa y les rogaba que jugáramos a eso, pero ellos siempre se negaban (claro, los muy turros los tenían siempre) entonces terminaba jugando sola con competidores imaginarios.

Para cada fecha festiva pedía éstos tres juegos y en su lugar me regalaban alguna porquería que no estaba en mis planes. Sonreía y agradecía con decepción, con la mirada perdida y si osaba discutir el obsequio me decían: “Lo que vos querés es muy caro Paola, imposible para el bolsillo de esta casa”. Lapidario, tajante… así de a poco fui borrando esos tres nombres de mis cartas navideñas, de mis pedidos y de mi vida. Ahora los entiendo, el “Juego de la vida” salía 450.000 australes; el “Operación” 350.000 y el “Quién es quién?”, 300.000, era mucha guita para ese momento. Pero a los 7 años les juro que hubiera salido a trabajar para tenerlos, nada me importaba más.

Pasaron los años y con la adolescencia fui clasificando la infancia de la gente en dos bandos bien marcados: los ricos que tuvieron el juego de la vida y los pobres que no lo tuvimos. Lo que daba por girar esa ruleta y avanzar con mi autito de color verde, conseguir un buen trabajo, un esposo, tener hijos y comprar una linda casa (cualquier similitud con mi realidad actual es pura coincidencia!!), pero no pudo ser.

Más acá en el tiempo, no había reunión de amigos en la que no me pidieran que cuente esta historia. No sé, siempre suena graciosa la tristeza ajena, así que mientras yo relataba mis frustraciones de la infancia, otros se reían a carcajadas. Creían que era un sketch, un cuadro de comedia, no un recuerdo doloroso de mi pasado. Ya estaba resignada, hasta que un par de almitas se apiadaron de mí y me dieron una de las sorpresas más lindas de mi vida.

Tres amigas, Pelu; Gabi C y Lau, junto a Larita (la hija de Lau, mi sobrina del corazón) me sorprendieron un domingo de agosto con un paquete gigante y una carta: “Feliz día del niño”. Juro que no imaginé que había adentro pero lo abrí con miedo, ¿y si era alguno de esos juegos, podría soportar tanta emoción?

Fui desenvolviendo el paquete temblorosa, recuerdo que ellas se pusieron nerviosas y yo más, mi carencia de maña hacia todo más difícil, Pelu lloraba emocionada, no quedaban más dudas: mis amigas me habían comprado el juego de la vida. Ese día jugamos un par de partidos. El otro fin de semana nos privamos de salir con Pelu por seguir jugando una vuelta de cochecito tras otra. Nos colgamos con un vino tinto y el juego hasta las seis de la mañana, se nos pasó el sábado.

Hoy no juego tanto como antes (nadie me quiere hacer partido, todos lo tuvieron de chicos, no es novedad) pero yo lo atesoro como si fuera un auto cero kilómetro. Y el momento de la sorpresa, como uno de los más lindos de mi vida, la reivindicación del día del niño a los 26 años.

Aquí está mi regalo, cuanto terminé de armar el tablero para sacarle una foto me quedé sin pilas en la máquina... Aproveché la boleada y con el juego armado me tiré un lance, pero nadie quiso jugar! ¿Alguien se anima a hacerme partido?

Otros juegos de mi época. Ahora veo que no tuve casi ninguno... Tengo que volver a terapia.

El Pesca Magic era una genialidad, aunque siempre se enredaba el piolín. NO me lo compraron!

El Rompe Hielos, un orgasmo infantil que siempre adoré. Hoy no se consigue. NO me lo compraron!

El Operación, sin palabras, se me pianta un lagrimón! Ahora me entretengo jugando con Operando a Homero que le regalé a mi hermanito para Navidad. NO me lo compraron!

El escalador, resorte o como quieran llamarlo. Una baratija. Sí, es obvio, me lo compraron! (Si mal no recuerdo lo vendían en la feria a 5 pesos, al cambio de australes a pesos. Por Dios, pensar que hay gente que visita este blog y no debe haber conocido los australes. Estoy retro)

Otro, el ¿Quién es quién?, sin palabras. Se lo compré a Nico para su cumpleaños y cada tanto jugamos... Ahora viene con otro formato demasiado berreta. NO me lo compraron!

Carrera de mente, buenísimo juego que me enseñó un montón. En una época era tan fanática de la lectura que me leía esos libritos de preguntas y respuestas enteros. Siii, me lo compraron!!

(Lástima que me lo robaron en el club, aún lo extraño)

El Yo Yo (no Magic como en la foto). Tuve el de Coca Cola, el de Fanta y el de Sprite. Era una promoción de la empresa a cambio de cinco tapitas. Si no me lo compraban era para irme de mi casa con un palito y bolsita en el extremo como el Chavo del 8.

EL Tiki Taka. Otra baratija entretenida. Por supuesto me viví dando esas pelotitas contra la cabeza por años. Sii, también me lo compraron! Y yo me lo volví a comprar el año pasado.

El View Master, es obvio que no. Mi viejo tenía que vender el Fiat 600 color mostaza para comprarme este visor de diapositívas. Malditas publicidades, todos los nenes que mostraban eran felices cuando los padres se lo regalaban.

Lindos recuerdos. Y ustedes, ¿tienen algún deseo de la infancia que aún no hayan podido cumplir? ¿Cuál fue su juguete preferido?