Si hago memoria, creo que estoy en condiciones de afirmar que durante los seis años de relación, lloré por lo menos una o dos veces por semana, incluso en los mejores tiempos. Sufrí tres separaciones muy dolorosas, de varios meses cada una; un par de decepciones y un período al borde de ataques de pánico, de los que pude zafar gracias a la ayuda de un terapeuta; una masajista china y principalmente, a la gran contención de mis amigos. En esta última separación, la cuarta y definitiva, el golpe también fue muy fuerte. Había vuelto a ilusionarme y zas... Otra vez todo el amor y los sueños al cajón. Varios días sin salir de casa, sin sacarme el pijama celeste y el saco verde, sin ganas de comer, cocinándome lo que la alacena me permitía, tomándome una copita de vino tinto por las noches en soledad y gastando rollos de cocina para secarme las interminables y dolorosas lágrimas. Sólo yo sé todo lo que lloré por ese amor que de a poco se va apagando.
Hoy miro para atrás y hay cosas que no puedo creer. Incluso ahora que hago este balance y se me vuelven a caer las lágrimas. Me cuesta creer como dejé que mi vida se convirtiera en tanta pena; como permití que la tristeza borrara la sonrisa y la chispa que me caracterizan; como de a poco me fui apagando y no me di cuenta; como prioricé tanto ese amor que no respeté lo que yo misma quería, lo que yo buscaba para mi vida; como dejé una y mil veces mi dignidad de lado pidiéndole que volviera, que me dedicara dos segundos, que se fijara en mi, que me abrace, que me incluyera dentro de su vida, que me ame... ¿Por qué lo hice? Si las cosas deben fluir, si el amor es de a dos y siempre supe que no sirve forzarlo, que si solo uno tira del carro no funciona.
El sábado lo crucé de casualidad en un bar a las 6 de la madrugada, después de un mes y medio sin verlo, y por primera vez me sentí distinta. El último encuentro había sido en mi departamento, cuando aún vivía sola y no podía más con mi vida, no paraba de llorar un segundo, creía que iba a morir de la tristeza, me sentía tan solita, no veía ni una hendija de luz. Recuerdo que cuando acudió a mi llamado desesperado, lo abracé mucho, que no quería soltarlo y que sus palabras me trajeron paz, como siempre. Pero también recuerdo que ese mismo día comprobé que algo se había roto, que ya no había vuelta atrás. Y el sábado lo volví a sentir...
Y hoy sé lo que es: no vuelvo a elegirlo. Y lo afirmo con todo el dolor del alma porque siempre dejé todo por él y porque es un ser maravilloso, pero ya no me sirve su forma de amarme. Ya no me sirve su cariño de a ratos; su compañía en días seleccionados por él según su conveniencia; ya no quiero el tironeo diario con sus amigos; los sábados de peleas por sus recurrentes salidas; los domingos de espera e incertidumbre; la diferencia de tiempos y proyectos; las peleas infinitas; los caprichos; los berrinches; el llanto; el dolor de panza permanente; la puntada en el pecho; los nervios que me quitan energías para hacer otras cosas y me hacen comer de más para no decirle que me siento frustrada como mujer. No quiero nada de todo eso nunca más!!! Y lamentablemente es lo que formamos cuando nos juntamos, no la supimos remontar, ésta vez tampoco aunque le pusimos todo. No me queda otra que dar vuelta la página para volver a empezar de cero.
Por eso de ahora en más, cada vez que encuentre un trébol de cuatro hojas; que pase una estrella fugaz; que alguien cumpla años y sople las velitas; que vea pasar el auto de una novia; que me estrene una bombacha rosa para Noche Buena; que un bichito de luz, una vaquita de San Antonio o un panadero se posen en mi; que a alguien se le caiga una pestaña y me preste su dedo; que tire la moneda en una fuente; o simplemente como dice Calamaro, cada vez que pase un tren, voy a pedir un nuevo deseo. Ya no será que vuelva y podamos ser felices juntos de una vez por todas. Ya no será que me diga que me elige para toda la vida y me regale el anillo simbólico que siempre esperé y nunca llegó.
Ahora mi deseo es que llegue ese gran amor que me haga temblar el corazón y me devuelva la sonrisa para siempre. Que me ame, me proteja, me respete, se muera por mi, me devuelva las mariposas en el estómago y me haga reír mucho... Por menos de eso no entrego mi deseo!

(Gracias Flor por decirme las palabras justas en el momento indicado, casi sin conocerme. No te das una idea lo que me sirvió tu mail. Te quiero)



Hacía cuatro años que Reece Fleming peleaba contra la leucemia cuando en mayo de este año los médicos le dijeron que le quedaba poco tiempo de vida. No lo dudó, quería cumplir un último sueño antes de partir: casarse con el amor de su vida. Reece tenía sólo 8 años cuando le propuso "matrimonio" a Elleanor Purgslove, su novia del colegio. Los cuatro padres estuvieron de acuerdo e hicieron lo imposible para que el "casamiento" de los chicos fuese lo más real posible. Hubo torta, anillos, vestido de novia y fiesta. Los chicos habían sido "amigovios" durante un par de años, pero luego se separaron. Fue durante una fiesta que él le propuso "casamiento". Ella había ido a visitarlo al hospital varias veces. La mamá de Reece contó: "Estaba tan orgulloso de ella, y nosotros estamos tan orgullosos de los dos. Reece se aferró a la vida porque siempre dijo que quería casarse con ella. Fue emocionante, no se puede describir con palabras la ceremonia. Estaban muy callados, pero había muchos sentimientos en la habitación". La pequeña pareja fue a cenar a un restaurante en limousine el 4 de julio. Era el día tan esperado. La "boda" no tuvo nada que envidiarle a una de verdad. Incluso, participó un vicario que les dio un "certificado" de casamiento. Al día siguiente, Reece se levantó y fue hasta el sillón del living, pero no se sentía bien. La alegría duró poco. Murió el 5 de julio. Horas antes, le había dicho a sus padres: "ahora puedo ir en paz".













