La veo
dormir y no lo puedo creer. Qué linda es. Ya hace seis meses que está con nosotros y todavía no caigo que tengo una hija. Es increíble, porque la tengo todo el día trepada encima, igual no me lo creo. La miro a ver si respira, si se mueve demasiado, si sueña, si rueda hasta el abismo de la cama. Cada segundo que pasa la veo más linda. Recuerdo la primera vez que vi su carita en una pantalla, cuando a los 6 meses y pico me hice una ecografía 4D. "¿Es eso?", le pregunté al flaco que manipulaba la cámara. "Sí, ¿te parece muy fea? Es hermosa". No se trataba de linda o fea, de hecho tenía razón, era hermosa. Me impresionaba lo parecida a mi que la veía. Ese día caí que algo con rostro, ojos, nariz, pera, boca, habitaba en mi cuerpo. Qué locura, encima la reconocía, se parecía a mi. La miro otra vez, sigue durmiendo, suspira, sonríe, está soñando. Vuelvo en el tiempo y recuerdo esa mañana del 15 de enero cuando después de una noche entera en la que se movió poco, decidimos consultar en la guardia. Tres horas después estaba adentro de un quirófano, muerta de miedo, sin entender demasiado, esperando escuchar un llanto que confirme que todo estaba bien. ¡Cómo pasó el tiempo! Mientras ella sigue durmiendo, pienso en la primera vez que le vi la cara ahora ya sí, en vivo. Hacía dos horas que había terminado la cesárea, aún no sentía las piernas, me dolía todo y me deseaba la muerte en el acto. Tocaba sin parar el timbre que dejaron al lado de mi cama, al pitido número 19 me contestan.
Enfermera:
¡Hola! ¿Qué necesitan?
Capitana:
Una enfermera urgente.
Enfermera:
Para usted o para el bebé.
Capitana:
Para mi, ¡MEDICACIÓN YA O UNA ESCOPETA RECORTADA!
Enfermera:
Ya le están llevando al bebé, señora.
No, el bebé no. Necesito una palangana de calmantes. Resulta que durante la operación me había brotado por completo. Soy alérgica, nadie lo sabia. Por ende, me bajaron todas las medicaciones hasta saber qué provocó las ronchas. ¡No me interesa averiguar nada, quiero dejar de sufrir! En ese contexto de locura suicida, me traen al paquetito de 3.800 kg que acababa de salir de mi cuerpo. "Ponela en la teta, los primeros momentos son fundamentales", me aconseja la partera. ¿Qué teta, a quién? Recapacité, en el curso de preparto me hice fan de la lactancia así que dejé mis dolores de lado y me embarqué en la difícil tarea de manipular un pezón y ponerlo dentro de la boca de un bebé. ¡Mágicamente, todo funciona! Ella es especial, todo lo hace fácil... pero aún no lo sabía. La miro asombrada, no parecía la nena de la eco. Tenía la cara arrugada y tenía pelo de escoba, negro azabache. Pensé en lo que iba a sufrir cuando fuera grande, ¡pobre, es fea! llegué a decir para el horror de los visitantes. Pero era obvio, nada me podía parecer lindo si llevaba días sin dormir y deseaba que pasara la parca. Necesitaba horas de sueño, medicación, ¡comida! y un psicólogo pero en su lugar, no paraba de recibir gente que quería conocer a la pequeña y ver mi cara monstruosa. "¡Sos madre, boluda, no lo puedo creer", repetían mis amigos. Yo tampoco lo puedo creer, se los aseguro. Parece que nadie me tenía fe, yo tampoco. Es que nunca tuve el deseo firme de ser madre. Ya pasaron seis meses y nos bancamos a muerte: si hay que salir, salimos; si me pinta dormir la siesta, la gorda se copa y clava tres horas; si necesito trasnochar, ella me hace el aguante. No llora nunca, es buena, duerme desde la primera semana de vida toda la noche y tiene una paz envidiable. Eso claramente lo sacó de su papá. A veces la miramos embobados, nos reímos de sus cambios, de sus logros y sus caras. ¡Es tan expresiva! Llegó para completarnos, para llenar aún más la casa de amor. Recuerdo su segundo día de vida, cuando los dolores bajaron un poco y la pude observar mejor. Ya la vi hermosa, me enamoré al instante, sentí que jamás querría alejarme de ella. ¿Cómo era mi vida antes? La miro dormir, sonríe, la sigo mirando. No podría aburrirme nunca. ¿Cómo una bolita de 8 kilos puede generarte tanto amor?
#Loviu #Pimpi