A pocas horas de la presentación del libro, mi primer libro, me encuentro preparando un pequeño discurso. Esas palabras que tendrán que resumir mis sentimientos, las vivencias durante el proceso de escritura y que recordarán a cada uno de los que me ayudaron a que este sueño sea posible.
No sé qué puede salir de todo esto. Si me preguntan si estoy nerviosa, la respuesta es no. Más bien estoy emocionada. Ver plasmadas tus ideas y saber que quizás le lleguen a alguien, es fantástico. No es algo nuevo para mi, hace tres años escribo en este blog, hace dos en Matemos a los ex, hace más de 10 años que trabajo de periodista, pero esto es distinto. Pienso que mi libro va a estar paradito en la biblioteca de alguien y lloro. Imagino gente recomendándolo, y me cruje el estómago.
Desde que tengo uso de razón amo la lectura. El primer texto que recuerdo es un libro de poesías de Almafuerte que me leía mi abuelo. Detrás suyo aparecen las fábulas, que me leía mi mamá antes de dormirme y que yo repetía con una memoria destacable para una nena de cinco años. Las relataba con tanta exactitud que la gente creía que las leía. Casi muere de un infarto la maestra de primer grado cuando en la primera semana de clase preguntó quién sabía leer, yo pasé al frente y relaté "Los tres Chanchitos" libro en mano. Se la creyó, durante mucho tiempo pensó que lo había leído.
La biblioteca de la escuela era mi lugar preferido, todas las semanas sacaba libros que me ayudaban a combatir el insomnio que me alteró desde chica. El grito de mis viejos: "Apaguen esa luz que es tardísimo", lo combatía con un velador oculto o una linterna.
Siempre amé leer, siempre soñé con escribir un libro aunque nunca supe sobre qué. Si me decían que el título sería "Matemos a los ex", me hubiese reído con ganas. Estaba convencida que mi primer libro trataría sobre alguna investigación periodística. En algún punto, salvando las grandes distancias, algo de eso hay. Entrevisté a decena de personas, los escuché, respeté sus silencios, leí sus escritos. Acá está el resultado, un texto integral, formado por mis propias experiencias y las de ustedes.
Toda mi sabiduría sobre las parejas (si es que tengo alguna) está volcada en estas páginas, años de observación y tan sólo un mes para bajarlo en un par de capítulos. Ojalá les guste, ojalá se rían, ojalá lloren, ojalá les sirva. Cada vez que termino de leer un libro pienso qué me dejó, ojalá ustedes puedan dejar el prejuicio de lado y se entreguen con todos sus sentidos. Qué recuerden olores, nombres, momentos y sobre todo, si aún no pueden soltar un pasado que los lastima, que logren hacerlo. Está escrito desde el corazón, ojalá les llegue.
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miércoles, 15 de diciembre de 2010
miércoles, 18 de marzo de 2009
Hace 29 años...
El 18 de marzo de 1980 dicen que fue uno de los días más calurosos del año. Cuenta la leyenda que mi madre (primeriza ella) estaba tan relajada que se tomó su tiempo para pintarse las uñas y maquillarse antes de correr al Sanatorio (¿de acá habré sacado mi adicción a los esmaltes de colores?).
Ya en el hall se encontraba una familia entera también primeriza en esto de recibir bebés. Fui la primera hija, la primera nieta, la primera sobrina, la niña más esperada (no así deseada, fui producto de un accidente, hice casar a mis viejos re jóvenes, una rompebolas a la que se lo hicieron pagar de por vida). Pero pasados los nueves meses todos querían conocerme la cara y ahí aguardaban mi llegada.
Mi viejo arrancó con todo y se desmayó en el parto. El médico lo sacó para que no entorpezca el escenario: "Señor, su mujer está dando a luz, no lo podemos estar atendiendo a usted a cada rato" le dijeron expulsándolo de la sala de partos. Rato después, le piden que se acerque: "es una nena" y todos lloran.
Pasa a conocerme y hace la presentación en sociedad detrás de un vidrio. Hasta el día de hoy mi tío Mario cuenta que tiene grabado el grito espamentoso de mi abuela Kico: "Ay Dios mio, nunca vi una nena más hermooooosa, gracias" (¿gracias a quién abuela?) y el llanto contenido de mi abuelo (para el que siempre fui la hija mujer que nunca tuvo, la reina suprema).
Tuve una infancia feliz, con pocas cosas materiales pero rodeada de amigos que aún conservo. Una adolescencia no tan alegre, demasiado conflictiva y acomplejada, con una gran coraza que algún día iba a romperse de la peor manera. Y tengo una vida adulta con altibajos, calculo que como todo el mundo. Vengo de pasar el peor año de mi vida, donde lo perdí todo (trabajo, casa y seis años de relación en un margen de tiempo muy corto); combatí una depresión profunda; perdí las ganas de vivir, lloré como nunca antes lo había hecho y me aislé del mundo por un tiempo recluida en una oscuridad que no se la deseo a nadie. Creí que mi vida no tenía sentido y me resigné a esperar el peor de los desenlaces. Pero mágicamente, el destino me tiró una soga y me reencontré con el sentimiento más puro que puede tener un ser humano: el amor. Y todo cambió.
No se solucionaron mis problemas, pero ahora tengo al lado a una persona a la que amo profundamente, que siento que me ama, que se preocupa por mi, que me incluye en su vida, que proyecta conmigo y sobre todo, que me hace reír, y eso ya es muchísimo. Mi vida dio un vuelco absoluto y de sentirme sola pasé a tener una familia completa: pareja y pioja, domingos en compañía, planes a futuro y un proyecto de hogar tan cercano como nunca antes había tenido.
Aprendí a cocinar (gracias a las recetas de ustedes), a usar el lavarropas y sobre todo, a vivir al lado de un tipo que no me da sobresaltos y en lugar de traerme problemas, me los soluciona. Creo que he crecido, que los golpes no fueron en vano y que la espera tuvo su recompensa. Faltarían algunos detalles para que mi felicidad sea completa pero todo no se puede. Me quedo con la posibilidad de ser feliz todos los días un ratito... ¿de eso se trata la vida después de todo no, de cosechar la mayor cantidad de momentos felices?
Hace unos años fui a una "bruja/vidente/tira cartas" y me dijo que estaba en una mala etapa, que duraría desde mis 22 hasta mis 29. Que en ese tiempo perdería muchas cosas materiales y no tanto; que seres queridos se alejarían por diversos motivos (por fallecimiento: mi querido abuelo; por alejamiento: varios amigos que extraño y ya no veo como antes); que haría limpieza del alma alejando de mi vida a aquellas personas que no me suman y algunas otras cosas más que no recuerdo (o no quiero recordar, como que me iba a casar y a tener una hija). La mayoría de esas cosas pasaron y técnicamente ya estoy en la recta final de la mala suerte, según sus predicciones.
Por eso, en este último año de los veintipico y a un año redondo de mis 30 (espero no tener crisis existencial para el próximo marzo, considero que ya la tuve en este 2008, no me jodan más) proclamo EL gran año de mi vida, donde voy a conseguir lo que no pude hasta ahora y donde me voy a reír por tantas lágrimas derramadas. Esa es mi consigna para estos 29, a concretar sueños, a sonreír más y a ser menos sensible... si se puede.
Ya en el hall se encontraba una familia entera también primeriza en esto de recibir bebés. Fui la primera hija, la primera nieta, la primera sobrina, la niña más esperada (no así deseada, fui producto de un accidente, hice casar a mis viejos re jóvenes, una rompebolas a la que se lo hicieron pagar de por vida). Pero pasados los nueves meses todos querían conocerme la cara y ahí aguardaban mi llegada.
Mi viejo arrancó con todo y se desmayó en el parto. El médico lo sacó para que no entorpezca el escenario: "Señor, su mujer está dando a luz, no lo podemos estar atendiendo a usted a cada rato" le dijeron expulsándolo de la sala de partos. Rato después, le piden que se acerque: "es una nena" y todos lloran.
Pasa a conocerme y hace la presentación en sociedad detrás de un vidrio. Hasta el día de hoy mi tío Mario cuenta que tiene grabado el grito espamentoso de mi abuela Kico: "Ay Dios mio, nunca vi una nena más hermooooosa, gracias" (¿gracias a quién abuela?) y el llanto contenido de mi abuelo (para el que siempre fui la hija mujer que nunca tuvo, la reina suprema).
Tuve una infancia feliz, con pocas cosas materiales pero rodeada de amigos que aún conservo. Una adolescencia no tan alegre, demasiado conflictiva y acomplejada, con una gran coraza que algún día iba a romperse de la peor manera. Y tengo una vida adulta con altibajos, calculo que como todo el mundo. Vengo de pasar el peor año de mi vida, donde lo perdí todo (trabajo, casa y seis años de relación en un margen de tiempo muy corto); combatí una depresión profunda; perdí las ganas de vivir, lloré como nunca antes lo había hecho y me aislé del mundo por un tiempo recluida en una oscuridad que no se la deseo a nadie. Creí que mi vida no tenía sentido y me resigné a esperar el peor de los desenlaces. Pero mágicamente, el destino me tiró una soga y me reencontré con el sentimiento más puro que puede tener un ser humano: el amor. Y todo cambió.
No se solucionaron mis problemas, pero ahora tengo al lado a una persona a la que amo profundamente, que siento que me ama, que se preocupa por mi, que me incluye en su vida, que proyecta conmigo y sobre todo, que me hace reír, y eso ya es muchísimo. Mi vida dio un vuelco absoluto y de sentirme sola pasé a tener una familia completa: pareja y pioja, domingos en compañía, planes a futuro y un proyecto de hogar tan cercano como nunca antes había tenido.
Aprendí a cocinar (gracias a las recetas de ustedes), a usar el lavarropas y sobre todo, a vivir al lado de un tipo que no me da sobresaltos y en lugar de traerme problemas, me los soluciona. Creo que he crecido, que los golpes no fueron en vano y que la espera tuvo su recompensa. Faltarían algunos detalles para que mi felicidad sea completa pero todo no se puede. Me quedo con la posibilidad de ser feliz todos los días un ratito... ¿de eso se trata la vida después de todo no, de cosechar la mayor cantidad de momentos felices?
Hace unos años fui a una "bruja/vidente/tira cartas" y me dijo que estaba en una mala etapa, que duraría desde mis 22 hasta mis 29. Que en ese tiempo perdería muchas cosas materiales y no tanto; que seres queridos se alejarían por diversos motivos (por fallecimiento: mi querido abuelo; por alejamiento: varios amigos que extraño y ya no veo como antes); que haría limpieza del alma alejando de mi vida a aquellas personas que no me suman y algunas otras cosas más que no recuerdo (o no quiero recordar, como que me iba a casar y a tener una hija). La mayoría de esas cosas pasaron y técnicamente ya estoy en la recta final de la mala suerte, según sus predicciones.
Por eso, en este último año de los veintipico y a un año redondo de mis 30 (espero no tener crisis existencial para el próximo marzo, considero que ya la tuve en este 2008, no me jodan más) proclamo EL gran año de mi vida, donde voy a conseguir lo que no pude hasta ahora y donde me voy a reír por tantas lágrimas derramadas. Esa es mi consigna para estos 29, a concretar sueños, a sonreír más y a ser menos sensible... si se puede.
Y para musicalizar les dejo la canción que más me hace acordar a mi infancia... mi abuelo prendía el tocadiscos los sábados al mediodía y me la cantaba... sí, fui feliz (y no quiero llorar!)
lunes, 2 de febrero de 2009
Un te quiero, una caricia y un adiós...
Es fija. Si suena un tema de Nino Bravo me acuerdo de mi abuelo.
En vida, he escuchado millones de veces sus historias de marinero. Lo mucho que extrañaba a su familia cada vez que se embarcaba por meses, el dolor de la distancia, la frustación por no poder ver los avances de sus hijos, la falta de comunicación en una era tan distinta a la nuestra y las herramientas para comunicarse desde el medio del océano.
Entre ellas primaban las cartas colmadas de amor pero sobre todo, las cintas con temas musicales. Ahi venia la parte del relato en que desempolvaba viejos discos de Nino o Manzanero, preparaba el tocadiscos y con lágrimas en los ojos cantaba los temas que le dedicaba a mi abuela Kico y la invitaba a bailar en en medio del comedor. Muchos se podrán reir pero a mi me encantaba asistir a esa escena. Mi abuelo destilaba amor, la miraba embobado, cumplía con todos sus caprichos y se bancaba sus malos modos estoico. Realmente envidiable, el hombre que todas soñamos... o por lo menos mi modelo de búsqueda, con menos de eso no me conformo.
Hoy, a casi a siete años de su partida, extraño como siempre su cariño, sus abrazos, sus consejos, las discusiones por política y su paciencia. Me hace falta pero por suerte sé dónde encontrarlo...
Sólo tengo que apretar Play y su recuerdo viene a mi...
Y a ustedes, ¿qué canción les recuerda a alguien especial?
En vida, he escuchado millones de veces sus historias de marinero. Lo mucho que extrañaba a su familia cada vez que se embarcaba por meses, el dolor de la distancia, la frustación por no poder ver los avances de sus hijos, la falta de comunicación en una era tan distinta a la nuestra y las herramientas para comunicarse desde el medio del océano.
Entre ellas primaban las cartas colmadas de amor pero sobre todo, las cintas con temas musicales. Ahi venia la parte del relato en que desempolvaba viejos discos de Nino o Manzanero, preparaba el tocadiscos y con lágrimas en los ojos cantaba los temas que le dedicaba a mi abuela Kico y la invitaba a bailar en en medio del comedor. Muchos se podrán reir pero a mi me encantaba asistir a esa escena. Mi abuelo destilaba amor, la miraba embobado, cumplía con todos sus caprichos y se bancaba sus malos modos estoico. Realmente envidiable, el hombre que todas soñamos... o por lo menos mi modelo de búsqueda, con menos de eso no me conformo.
Hoy, a casi a siete años de su partida, extraño como siempre su cariño, sus abrazos, sus consejos, las discusiones por política y su paciencia. Me hace falta pero por suerte sé dónde encontrarlo...
Sólo tengo que apretar Play y su recuerdo viene a mi...
Y a ustedes, ¿qué canción les recuerda a alguien especial?
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